Pues sí, por fin, después del paréntesis del curso
pasado, que estuvo marcado por la pandemia, pudimos hacer realidad el deseado
viaje a Grecia. Enmarcado en un proyecto
en el que estaban implicados seis centros públicos de la Comunidad de Madrid, un
pequeño grupo de alumnas y alumnos de 2º de Bachillerato de Humanidades,
acompañados por la profesora de Latín y Griego, Paloma López, nos embarcamos en
la aventura griega una vez más. Animados por los buenos resultados de los dos
viajes anteriores y a pesar del Covid y de las inclemencias del clima (no
olvidemos que tan solo tres días antes de salir pasó por Grecia un temporal
semejante a la Filomena del año anterior en España…), nos pertrechamos de los
mil papeles y certificados requeridos, nuestras maletas y sobre todo, de
nuestra enorme ilusión.
Tenemos que reconocer que las circunstancias que
rodeaban el viaje parecían querer disuadirnos, pero ahí ha estado nuestra
pertinacia para afrontar los inconvenientes. Lo cierto es que después de tener
todo más que planificado, tuvimos que reajustar nuestros planes, cambiando las
cosas que se podían cambiar para procurar que todas las visitas que teníamos
previstas se pudieran llevar a cabo. Y así fue, por fortuna.
Para otro viaje quedará visitar el emplazamiento de la
batalla de Maratón o recorrer el ágora de Atenas: la tormenta Elpida (que en
griego significa Esperanza, paradójicamente) cubrió de nieve y hielo los sitios
arqueológicos y no estaba permitido el acceso. Por otro lado, fue precioso
contemplar las ruinas desde fuera con esa capa blanca que las hacía si cabe más
bellas. Aún así, las visitas que sí pudimos hacer fueron maravillosas:
Atenas, ciudad destartalada y sorprendente, llena de contrastes. Allí pudimos recorrer la zona monumental de la universidad y la academia, la zona de Plaka, con su centro neurálgico, la plaza de Monastiraki, la colina de las Musas, con el monumento a Filopapo, desde el que se tiene una imponente vista de la Acrópolis, los magníficos museos, el de la Acrópolis y el Arqueológico Nacional, llenos de tesoros que habíamos visto mil veces en las clases de Arte o de Griego… Y, por fin, la grandiosa Acrópolis, que en el último momento volvió a estar abierta al público. Un cúmulo de lugares bellos que no olvidaremos fácilmente.
Pero no nos quedamos quietos ni un momento, más allá de la capital: cruzamos sobre el canal de Corinto, para llegar al magnífico sitio de Micenas (la rica en oro, como la llamaba Homero) en un día soleado y fresco. Visitamos la ciudadela y el tesoro de Atreo, con la preciosa tumba de Agamenón. Ese mismo día también fuimos a la costera Nauplia, primera capital de la Grecia moderna, con sus elegantes calles y paseo marítimo. Para rematar la jornada, nos acercamos a Epidauro, y pudimos sentarnos en las gradas de su fabuloso teatro, aún en uso.
Todavía la fortuna nos dio la posibilidad de, al día siguiente, visitar el monasterio ortodoxo de Dafni, joya del arte bizantino, y poner nuestros pies sobre el poco conocido yacimiento de Eleusis, donde las diosas Deméter y Perséfone nos admitieron en sus rituales de iniciación mistérica. Era un día frío y con lluvia, pero las dos diosas nos dieron su beneplácito y pudimos seguir con las visitas.
Por último, el domingo, con pena en los corazones pero con la alegría de haber podido viajar, nos despedíamos de la Acrópolis y nos acercamos a la punta del Ática, el promontorio de Sunio, donde se encuentra el soberbio templo de Poseidón. Allí nos despedimos también del Egeo, ese mar que es la patria de los helenos, para emprender el camino de vuelta
El viaje a Grecia, como el regreso de Ulises a
Ítaca, nos ha brindado la posibilidad de una experiencia única: para algunas de
las alumnas era su primer viaje fuera de España y su primer viaje en avión. El
brillo de sus ojos en esos momentos fue algo digno de ver.
Quería dejar para el final un comentario sobre el comportamiento ejemplar de nuestras alumnas y alumnos. Me siento orgullosa como profesora de haber pasado por sus vidas y de haber compartido estos momentos con ellas y ellos. En el día a día de las clases se nos escapan a veces los aspectos más humanos: su cariño, sus ilusiones, sus temores e inquietudes. En la experiencia de la convivencia nos damos cuenta del gran material humano con el que nos ha tocado en suerte tratar. Y qué gran suerte. Esperemos que podamos seguir haciendo viajes, y aprendiendo juntos en los caminos de la vida.
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